Las guerras de la memoria: La Revolución Cultural y los acontecimientos de Tian'anmen, una historia en disputa
Johan Sebastián Maya
La
memoria trasciende el recuerdo. Es una práctica social definida por las
relaciones sociales de las que participan aquellos que la ejercen. Y aquellos
que la ejercen lo hacen siempre como parte de esas relaciones, aunque su
ejercicio de memoria esté marcado por recuerdos de vivencias íntimas. Estas
vivencias, aunque muy subjetivas, siempre hacen parte de una realidad más
abarcante que involucra no solo a más personas, sino toda una dinámica social
de la que esas vivencias fueron una expresión parcial. Todo acontecimiento del
que generamos un recuerdo se convierte en memoria cuando trasciende los
confines de las vivencias personales y se hace práctica social al involucrar a
otros en un ejercicio que se hace necesario e ineludible para la sociedad, es
decir, cuando empezamos a recordar entre todos. Pero, ¿Quién decide que un
recuerdo debe hacer parte de la memoria? ¿Quiénes deben participar de esta
práctica para considerar un recuerdo como parte de la memoria? ¿Cuántos deben
participar de ella para considerar que sin duda se trata de una práctica
colectiva?
La
memoria es una práctica social que, al igual que cualquier otra práctica
social, está marcada por aquellos que la ejercen, y aquellos que la ejercen lo
hacen como parte de una comunidad, grupo o colectivo en los que se establecen ciertas relaciones que los
definen entre ellos y con otros que pertenecen a otras comunidades, grupos y
colectivos.
La
memoria no es una práctica en la que todos los que participan lo hacen desde la
misma posición, por ello no es preciso afirmar la existencia de una memoria
única, aunque sea colectiva, y totalmente impermeable y estática. La memoria es
múltiple, por lo que es preciso afirmar la existencia de memorias simultáneas,
que se interconectan e influencian mutuamente y que debido a esas interacciones
se transforman. La memoria es producto de la lucha, es una práctica siempre en
disputa porque los que la ejercen lo hacen desde posiciones distintas,
posiciones que, en algunos casos, se originan en contradicciones antagónicas
que se expresan a través de diversos conflictos sociales.
Un
acontecimiento como el desalojo de la plaza Tian’anmen el 4 de junio de 1989
por parte de las tropas del Ejército Popular de Liberación de los protestantes
que allí acampaban desde semanas atrás y los acontecimientos posteriores, se
convirtieron en más que el recuerdo de aquellos que participaron de aquellos eventos,
ya fuera de un bando o del otro, de aquellos soldados que dispararon o de los
integrantes del ejército y del partido que ordenaron disparar, o de los heridos
y encarcelados y de los familiares de los asesinados.
Gran
parte de la sociedad china no fue indiferente a lo que pasó allí ese 4 de
junio. Según testigos extranjeros que visitaron China durante y e
inmediatamente después de los acontecimientos mencionados, todos hablaban de lo
sucedido y explicaban los motivos por los cuales los acontecimientos se
presentaron de esa forma[1].
Otro
indicador de memoria es el cubrimiento mediático que los acontecimientos
generaron por parte de medios internacionales en aquel entonces y la opinión
que revelaron los gobiernos occidentales sobre los mismos. Estos medios se han
encargado de conmemorar cada año, desde 1990 hasta la fecha, el acontecimiento.
Así como algunos gobiernos contradictores han utilizado el recuerdo de
Tian’anmen para denunciar el carácter profundamente opresivo y represivo de la
República Popular China.
Y
no menos importante ha sido el papel del Partido Comunista de China en ese
proceso de conmemoración de Tian’anmen. Desde lo sucedido, el PCCH no ha limitado
esfuerzos para que el pueblo chino y el mundo entero olviden lo sucedido. Desde
la prohibición expresa, bajo amenaza de prisión, de realizar actos públicos en
conmemoración de lo acontecido hasta eliminar del discurso oficial cualquier referencia
a la masacre, el PCCH ha practicado una labor sistemática de olvido que ha
ocasionado un mayor interés en la investigación y el análisis de lo acontecido
por parte de académicos y especialistas sobre China y un ejercicio de memoria
más militante que se relaciona con demandas por reformas políticas de ciertos
sectores de la sociedad china y de la comunidad internacional sobre todo fuera
de China y en algunos reductos dentro de ella que no están bajo el control
total del partido como Hong Kong.
Es
por todos los actores involucrados en el recuerdo de Tian’anmen, dentro y fuera
de China, y el particular proceso de creación y transformación desde 1949 hasta
la fecha que la República Popular China se ha convertido no solo un referente
obligado de desarrollo económico y una potencia del siglo XXI, sino un ejemplo
único del devenir histórico que ha marcado la modernidad.
El
acontecimiento que se ha nombrado como la masacre de la plaza de Tian’anmen,
que a su vez abarca diversos acontecimientos, es disputado en el terreno de la
memoria y de la historia por diversos actores sociales de China y del mundo.
Uno de estos actores es el PCCH, quien ha declarado una guerra abierta contra
el recuerdo de lo sucedido en aquella plaza antes y durante el 4 de junio de 1989.
Una guerra contra el recuerdo que se adapta y a la vez es una consecuencia
directa de la concepción estratégica del PCCH desde el golpe de Estado de
octubre de 1976 que marcó el inicio del dominio de una línea política dentro
del PCCH y de la RPCH que abandonó el socialismo y negó los avances más
importantes en el camino de la emancipación del pueblo chino que se realizaron
durante 27 años, especialmente durante el periodo comprendido entre 1966-1976, destacado
por el inicio, desarrollo y finalización de lo que se conoce como la Revolución
Cultural Proletaria.
Los
esfuerzos del gobierno chino por suprimir, minimizar y tergiversar el recuerdo
de Tian’anmen, son por completo consecuentes con los métodos aplicados para
suprimir, minimizar y tergiversar el recuerdo de la Revolución Cultural. Aunque
no debe establecerse una relación lineal entre este proceso y Tian’anmen, el
PCCH aplicó esencialmente el mismo enfoque y dio, básicamente, las mismas
respuestas a las dudas frente al accionar del partido y del ejército en ambos
casos. Por estos motivos, comparar las reacciones del PCCH frente a ambos casos
resulta esclarecedor para los eventos de Tian’anmen, y el rumbo que el partido
y la sociedad china emprendieron desde octubre de 1976.
En
este caso, para practicar un ejercicio de memoria, se hace indispensable
aplicar un criterio histórico que permita ver más allá en el tiempo, donde
podrían encontrarse no solo las causas de Tian’anmen sino el por qué del
silenciamiento y la supresión del recuerdo, o en otras palabras, la
oficialización del olvido. Este criterio no solo nos obliga a ver más allá en
el tiempo sino que nos obliga a preguntar: si la memorias siempre están en
disputa ¿Quiénes son los que se disputan la memoria de Tian’anmen? Si uno de
estos contendientes es el PCCH ¿quién o quienes contienden con él para no
olvidar? ¿Acaso la lucha por la memoria es parte de una lucha más amplia que la
contiene y que aún no ha cesado?
A
continuación se describirán algunos enfoques estratégicos que marcaron las acciones
del PCCH durante la década del 80 y que sin duda definieron el curso de los
acontecimientos de 1989 y que aún tienen poder explicativo para entender a la
China de hoy y la posición que mantiene el partido sobre su propia historia.
La confrontación
con la realidad: la amenaza izquierdista y la liberalización burguesa
La
década de los 80 del siglo pasado fue una época de transición para el PCCH y la
RPCH.
Finalizando
la década del 70, la línea que se apoderó del PCCH inició un proceso de
depuración dentro del mismo y de reforma económica que trastornaron por
completo el orden social de China. Las cuatro modernizaciones[2] junto con las purgas a los
militantes afectos a la Revolución Cultural[3] marcaron el inicio de la
“Nueva China” que Deng y otros líderes del partido intentaron consolidar desde
la década del 60. Esta nueva China no era (y es) otra en la que los negocios y
la inversión extranjera tienen plenas garantías para obtener ganancias a costos
económicos muy bajos, aunque ello signifique que los costos sociales sean
extremos.
En
un modelo de sociedad en que el poder lo ejerce un partido único y el Estado
participa no solo de la planificación productiva sino que él mismo se convierte
en el principal acumulador de plusvalía a través de el control de la gran
mayoría y de los más importantes medios de producción, y en el que los
funcionarios públicos que participan de diversos procesos de acumulación y
circulación de capital consideran que sus cargos son posibilidades legítimas de
enriquecimiento y goce de privilegios que son negados para casi todos aquellos
que no hacen parte del Estado, es prácticamente inevitable que la especulación,
el acaparamiento, el fraude y otras tantas formas de robo no sean inherentes al
funcionamiento de tal modelo.
El
mismo partido lo admitió cuando los cambios operados tras el golpe de Estado de
octubre del 76 se hicieron evidentes:
Por otro lado, debemos tener
conciencia clara de que con la aplicación de la política de puertas abiertas
hacia países extranjeros y política económica flexible en el país, surgirán
inevitablemente influencias malsanas y cosas decadentes. Lo más destacado aquí
es el aumento de los casos de los delitos económicos, los cuales perturban el
mercado y el comercio normal y al mismo tiempo perjudican el desarrollo del
comercio exterior de China[4].
La
apertura hacia el exterior que se inició tras el golpe y se oficializó en la
tercera sesión plenaria del Comité Central del PCCH en 1978, no fue más que la
bienvenida al capital extranjero y una invitación a los capitalistas foráneos a
participar de un proceso de acumulación de capital que el partido necesitaba
para que China ingresara en la órbita de un sistema global de explotación en el
que los líderes del partido querían participar como socios mayoritarios al lado
de la Unión Soviética y los Estados Unidos.
Ese
proceso no fue más que una consecuencia predecible de lo que sucedió antes de
tal apertura, incluso antes de la muerte de Mao, en el que los explotadores
locales forcejeaban para obtener un mayor poder para despojar al pueblo de la
riqueza y de los medios para producirla y abolir los logros de la revolución
socialista. Esto se logró por completo en octubre del 76. Y aunque, después de
esa fecha, los líderes del partido proclamaban el fin de las clases en China,
tal como lo hicieron los soviéticos décadas atrás, no negaban que aún
persistían algunos explotadores. Esto se debía a los remanentes de las clases
explotadoras anteriores a 1949 y unos pocos explotadores que aún no se habían
reformado; a la burguesía de Taiwan; y a la burguesía de otros países[5]. El reconocimiento
explícito de la existencia de explotadores locales remanentes del viejo orden
anterior a la fundación de la República Popular, no es sino el intento de negar
la existencia de un nuevo tipo de burguesía que surgió después de la fundación
de la RPCH y que hacía (y hace) parte del partido, a la cual Mao identificó
como “los seguidores del camino capitalista” y contra la cual se proclamó la
Revolución Cultural. Esta nueva burguesía promovió la inserción de China en un
orden global de explotación bajo el eufemismo de la “modernización” del país, a
la vez que culpaba a esa influencia externa como la causa de ciertos problemas
sociales locales.
Esta
dinámica en la que se insertó la RPCH generó contradicciones que se expresaron
en todo el país y que el partido no entendió más que como producto del accionar
de enemigos de la revolución que glorificaban el capitalismo. A esta tendencia,
el partido la denominó como “liberalización burguesa”[6]. Sin embargo, aunque dicha
tendencia pudiera haber existido, lo que realmente estaba sucediendo en
aquellos años y que se manifestaría posteriormente en Tian’anmen, fueron las
consecuencias inevitables de un proceso de acumulación capitalista que expolió
a los trabajadores del campo y la ciudad, al tiempo que les negaba cada vez más
el poder de decidir sobre el rumbo de la sociedad, y donde los intelectuales
tenían que asumir una clara posición de adhesión al nuevo orden, ya que: “…el
poder del intelectual chino es amplificado por el sistema político represivo
donde no existen partidos de oposición, ni sindicatos independientes, ni desacuerdos
públicos entre políticos, y donde los medios existen para apoyar la armonía
social en vez de promover la responsabilidad política[7]”. Aunque este grupo se
benefició parcialmente de algunas concesiones hechas por el gobierno: “En parte
estas concesiones corresponden a las exigencias de desarrollo científico y
técnico con el cual cuenta la línea revisionista, pero las mismas solo pueden
ser limitadas, pues están en contradicción con el respeto a la autoridad y a la
jerarquía invocadas por los partidarios de la línea revisionista[8]”.
Estas
nuevas circunstancias fueron percibidas con mayor agudeza por el pueblo chino a
través de dos fenómenos: “…la creciente inseguridad e insatisfacción de
aquellos sectores de la sociedad que menos ventajas tenían del progreso
económico -los obreros desempleados, los campesinos lejos de los centros
urbanos y la mayoría de los estudiantes- y el incremento de la participación de
los funcionarios en el proceso de desarrollo en forma de una rabiosa corrupción[9]”.
Los
jóvenes fueron especialmente sensibles a los cambios operados y no es gratuito
que fueran ellos los protagonistas de los acontecimientos de Tian’anmen. Tal
como el mismo gobierno chino lo reconoció años antes: “Los casos de
especulación y acaparamiento, desfalco y hurto, asesinato y otros crímenes han
aumentado y una parte de los jóvenes buscan el goce personal y han perdido el
ideal respecto a la vida[10]”.
Para
principios de los 80, aún con el recuerdo latente de la Revolución Cultural, el
partido explicaba estos cambios en gran medida por los “diez años caóticos” de
dicha revolución. Y es por ello que el partido no solo explicó tales problemas
como producto de la influencia extranjera, sino como la persistencia de
“desviaciones de izquierda”, que no era otra cosa que el recuerdo y, tal vez,
el influjo de la Revolución Cultural.
Si
creemos a los analistas oficiales de aquella época, lo que los jóvenes
experimentaban era sin duda un cambio de paradigma que los obligaba a
enfrentarse a una realidad sin el recurso de un “pensamiento guía”, lo que no
sucedió durante la China de Mao. Después del golpe, los jóvenes y el pueblo
chino experimentaron en lo ideológico lo que sucedía en la realidad: el
desarme, el despojo y la ausencia de una clara necesidad de luchar por
transformar el mundo. Beijing Informa lo expresó en los siguientes términos:
Comparados con los
jóvenes de los años 50 y principios de los 60, los jóvenes de hoy tienen más
experiencias sociales, son más sensibles a los problemas políticos y sociales y
su mente es más complicada. Debido a sus deficiencias y limitaciones, no saben
enfocar ni analizar de manera completa y dialéctica las diversas
contradicciones sociales y algunas de sus concepciones resultan confusas[11]
Beijing
Informa continúa su análisis aceptando que: “Una minoría de ellos (de los
jóvenes) han puesto la actual sociedad en duda y han perdido una noble meta de
vida. Esto se debe al daño de las falacias del falso marxismo difundidas
durante el decenio caótico[12]”.
Y
no tarda en aceptar que dicha situación ha hecho que: “… un número muy reducido
de jóvenes que han degenerado en delincuentes[13]”.
Aunque
se reconocieran públicamente tales problemáticas, generalmente se minimizaban
sus efectos y siempre se desconocían sus causas al culpar a la Revolución
Cultural.
El
partido no aceptó, por lo menos no oficialmente, que tales trastornos
obedecían, principalmente, a un proceso de transformación que obedecía a las
leyes del mercado y a las necesidades que derivaban de la adhesión de China a
un sistema global de explotación y que se originó en la apropiación del partido
por parte de una nueva burguesía de Estado que derrocó al socialismo de los
tiempos de Mao.
Esta
nueva situación exigió que el partido empleara y combinara métodos represivos
con algunas formas de disuasión que convencieran al pueblo de la necesidad y la
inevitabilidad del nuevo orden, así como de su justicia. Estas respuestas
siempre procedieron de arriba y nunca buscaron la participación activa del
pueblo más que como espectadores o recipientes de las consignas del partido:
“La actual campaña (contra los delitos económicos) no tomará la forma de
movimiento de masas como sucedió anteriormente[14]”.
Por
ello, cuando las contradicciones, producto de la nueva situación, estallaron en
1989, el partido y sus dirigentes, en especial Deng, no dudaron en lanzar
…Un
ataque áspero contra los manifestantes, en un discurso de lectura obligatoria para sesiones de estudio y
discusiones políticas en todo el país y que representaba claramente la
interpretación oficial de los eventos:
resumiendo los largos años de revolución
que China había sufrido, enfatizaba la dificultad de relacionar estas
experiencias con las turbulencias del
presente. El movimiento suprimido por el gobierno decía Deng, era nada
menos que una “rebelión
contrarrevolucionaria”, y ni siquiera una rebelión de conciencia nueva, sino
“determinada por el ambiente político internacional y doméstico,…[15]
Los
acontecimientos de Tian’anmen no fueron sino la respuesta a la nueva dirección
del PCCH y la RPCH, y la respuesta de éste no fue distinta a la que dio a la
Revolución Cultural: la supresión y la evasión.
La ausencia o
sustitución de la lucha de clases
Una
de las principales características del enfoque estratégico del PCCH a partir
del golpe de 1976 es su glorificación del pasado anterior a la Revolución
Cultural y, obviamente, la supresión y la tergiversación del recuerdo de esta.
Este culto a un pasado “glorioso” ubicado en las décadas del 50 y 60 del siglo
pasado, no es sino un intento de demarcar el fin de la lucha de clases con la
derrota de los japoneses y del Kuomintang, y destacar el periodo de la
“construcción socialista” de los 50 como el modelo a seguir por la RPCH, que
fue, supuestamente, abruptamente finalizado por la Revolución Cultural.
Este
periodo es celebrado por los seguidores de la línea pos Mao debido a que en ese
entonces aún no se había logrado identificar el fenómeno de la restauración
capitalista en las sociedades socialistas de la época y, por ende, aún no se
habían identificado los “seguidores del camino capitalista” en China y se había
iniciado la lucha contra ellos. Es decir, ese periodo es recordado por los
dirigentes del partido de finales de los 70 y de los 80 como una época sin
trastornos, en la que el país enteró se dedicó a construir a la “Nueva China”,
en la que el énfasis se dio a la producción y no a la “política”, lo que se
podría expresar en otras palabras como el fin de la lucha por el poder: “En
aquel entonces (primera mitad de la década de los 60), la gente estaba
rebosante de energía y vitalidad, sus
relaciones eran amigables y armoniosas, y la atmósfera social era excelente, lo
cual impulsó grandemente la construcción socialista y ganó el elogio de nuestros
amigos extranjeros[16]”.
Para
el partido posterior a Mao, la lucha por el poder había finalizado con la
derrota del Kuomintang y era un problema por completo resuelto y lo que quedaba
por hacer era convertir a China en una nación “poderosa”, lo que significaba de
facto cesar la lucha de clases y concentrarse en la lucha por la producción,
contrario a lo que se había hecho durante la Revolución Cultural.
Tras
el golpe, el partido asumió una posición ambigua frente a la aceptación de la
lucha de clases. Primero, inmediatamente después de octubre de 1976, negó la necesidad
de la lucha de clases y de continuar la revolución durante el socialismo y
presentó la lucha por la producción como la principal forma de lucha en ese
periodo y totalmente ajena a las dos anteriores: “La revolución es la lucha de
una clase contra otra y tiende a cambiar las relaciones sociales de los
hombres; la producción es la lucha del hombre
contra la naturaleza. Las leyes que gobiernan la producción son
diferentes a las leyes que gobiernan la lucha de clases[17]”.
Tiempo
después, al oficializarse la economía mixta y la apertura a la inversión
extranjera, el partido identificó el proceso de “modernización” con la
revolución aunque diferenciándola de la lucha de clases: “La modernización
socialista que actualmente estamos realizando constituye en sí misma una ardua
revolución. Esta revolución es diferente
de aquella anterior a la fundación de la nueva China. Será cumplida no mediante
la encarnizada lucha de clases, sino a través de la dirección del partido
comunista y de manera planeada dentro del sistema socialista[18]”.
Poco
después retomó la “lucha de clases” para designar la lucha contra los delitos
económicos que se dispararon después de la apertura económica y la abolición de
la propiedad y la administración colectiva:
No se repetirá el pasado error de
ampliar el radio de la lucha de clases. Después de la eliminación de las clases
explotadoras, las contradicciones de clase han dejado de ser las principales en
nuestra sociedad. Hemos desechado consignas erróneas como ‘tomar la lucha de
clases como la palanca principal’ pero nos oponemos también a la teoría acerca
de la ‘extinción de la lucha de clases’[19]
Consecuentes
con la privatización de los medios de producción que se inició en octubre del
76, el partido “privatizó” aún más la dirección de la sociedad y alejó al
pueblo del poder, conscientes de que en realidad no gobernaban para la mayoría:
“Al mismo tiempo (hablando de la campaña contra los delitos económicos y
comparándola con la campaña contra los Tres Males de los años 50), el método de
lucha masiva ya no se usa porque la experiencia nos ha enseñado que un
movimiento masivo a menudo conduce a ampliar el radio de ataque y a trastornar
el orden normal[20]”.
El
orden “normal” no podía ser trastornado, aunque inherentemente ese orden
generaba trastornos que el partido admitía, aunque nunca admitió el verdadero
origen de los mismos. El partido se limitó a encubrir las brechas que crecían
entre el pueblo y una nueva clase de explotadores que se identificaban como
legítimos comunistas que gobernaban para “el pueblo y el socialismo”, aunque en
la práctica negaban la posibilidad al pueblo de gobernar y de ser los
propietarios de su propio trabajo, lo que en efecto significaba que negaban la
continuación de una lucha que hasta el momento había sido ganada por aquellos
que la revestían con el eufemismo de “modernización”. Y porque sabían que una
lucha de clases real continuaba y para que el pueblo no participara de ella,
admitían la necesidad de aceptar la lucha, aunque fuera una lucha en la que no
había más contendientes que el despilfarro, la corrupción y el burocratismo que
generaba un sistema en el que la explotación había encontrado de nuevo un lugar
y en el que una clase gobernaba sobre otra para mantener y extender tal
explotación.
Para
el partido: “La política es correcta sólo cuando está subordinada al pueblo y
al socialismo. La política debe servir a las necesidades materiales y
espirituales del pueblo. El socialismo representa los intereses fundamentales
del pueblo, servir al socialismo significa servir al pueblo[21]”. Según el PCCH, el
socialismo representa los intereses fundamentales del pueblo, ellos representan
el socialismo, y servir al socialismo es servir al pueblo, lo que significa que
para servir al pueblo hay que servir al partido.
Cuando
el pueblo se tomó Tian’anmen, el pueblo se atacó así mismo al atacar al partido,
pero el partido no atacó al pueblo, sino a un grupo de “contrarrevolucionarios”,
porque el “orden normal” solo puede ser trastornado por los “enemigos de la revolución”.
Negar
la lucha de clases o confundirla con campañas contra delitos económicos no es
sino una consecuencia predecible de una organización que es muy consciente de
que una verdadera lucha de clases se
hace más necesaria y evidente en un pueblo que conoció el socialismo y
experimentó los logros más emancipadores de la revolución proletaria.
Conclusiones
En
gran medida es posible comprender los acontecimientos de Tian’anmen no solo por
sus antecedentes más inmediatos como la apertura económica y las cuatro
“modernizaciones”, sino por las respuestas que dio el partido a las reacciones
de distintos sectores del pueblo chino a tales cambios. Estas respuestas pueden
ser abarcadas por una misma concepción estratégica que se fundamentó en un
método para entender la realidad y lidiar con ella de acuerdo con los cambios
que el partido necesitaba operar, a la vez que la necesidad de tales cambios
encontraban su causa en la posición que los dirigentes del partido asumieron en
una sociedad aún dividida en clases y en las que perduraban y se fortalecían
las bases de un sistema producción de mercancías. Este método fue aplicado no
solo para explicar los cambios luego del golpe del 76, sino para explicar las
causas de Tian’anmen.
Es
por ello que al igual que sucedió en los primeros años posteriores al golpe, el
partido, a través de sus voceros oficiales así como toda su maquinaria de
propaganda, redujo de manera simplista todo un abanico de contradicciones a
causas externas, razones aparentes y efectos aislados. Al mismo tiempo, confundió
el carácter de las contradicciones que se presentaron en aquel periodo y negó
muchas de ellas al identificar a los manifestantes con
“contrarrevolucionarios”, repitiendo un error atribuido a la Revolución
Cultural. Aunque esta vez no se utilizó el concepto de “seguidores del camino
capitalista” para designar a los miembros del partido que criticaban algún
aspecto de la “modernización”, sin duda alguna se les trató como enemigos, tal
es el caso de Hu Yaobang y Zhao Ziyang, solo para mencionar los casos
emblemáticos.
El
PCCH aplicó una dialéctica metafísica y en algunas casos ninguna dialéctica,
para explicar al pueblo y convencerse a sí mismos de la necesidad histórica del
“socialismo con características chinas”. Por ello, en algunos casos aceptaba
los cambios operados aunque nunca las contradicciones de las que se derivaban: “Es
verdad que en apariencia hay muchos cambios y que algunos son muy grandes.
Pero, mediante un minucioso análisis, uno puede notar que algunos puntos
básicos, es decir, la dirección del partido y el camino socialista han
permanecido sin cambio alguno a lo largo de los años[22]”.
“De
ello se desprende que hay cambios en China, pero estos pueden ser previstos y
comprensibles, y se puede encontrar ciertas leyes que los rigen[23]”.
Sin
embargo, a pesar de la confianza en estas palabras, la realidad demostró que si
no se tiene un método científico, realmente dialéctico y materialista, sino no
se conocen o se niegan estas leyes, por más que se intente ocultar la lucha y
los trastornos que origina, no será posible lidiar con esos trastornos sin
generar más, aunque logren ocultarse y atenuarse, parcial y temporalmente, las
contradicciones que los ocasionan.
Tian’anmen
demostró que es imposible que el pueblo espere inmóvil mientras la historia
demanda su acción, tal como sucedió durante la Revolución Cultural; que el
“orden normal” no es sino una defensa de la opresión; y que los trastornos no
solo son necesarios sino inevitables en un mundo que no deja de cambiar y que
no dejará de hacerlo y que el problema del poder, de quién lo posee y para qué,
aún no está resuelto en China, o en otras palabras, que la lucha no ha cesado y
por el momento se manifiesta, principalmente, en el recuerdo.
[1] Enrique Posada Cano. Testigo de China. Historias de un colombiano
que vio crecer el gigante asiático. Medellín: Editorial Universidad de
Antioquia, 2014, p. 125-137.
[2] La reforma a la
agricultura, a la industria, a la educación y al ejército. Benjamín Crutzfeldt.
“Tian’anmen 20 años después: la evolución del análisis académico y debate
político en China”.
[3] Charles Bettelheim. China después de la muerte de Mao Tse-tung.
México: Siglo XXI Editores S.A., 1979, p. 121.
[4] Beijing Informa. China después de Mao. Beijing: Beijing
Informa, 1984, p. 39.
[6] “Oposición a las
desviaciones de derecha y de ‘izquierda’”, China
después de Mao, p. 18.
[7] Benjamín, Tian’anmen
20 años después, p. 13.
[23] China después de Mao, p. 21.
El Grupo de Investigación en Estudios Internacionales, en la línea "Asia-Pacífico y China", los invita a participar en el Foro "Siglo XXI. El siglo de China", que se realizará el próximo martes 30 de septiembre, desde las 12:00 m. hasta las 6:00 p.m. en el auditorio Horacio Montoya Gil (10-222) de la Universidad de Antioquia.
Este foro se enmarca en la XIV Semana Interuniversitaria sobre China, en la que se conmemora el aniversario de la fundación de la República Popular China. Estas Jornadas son organizadas por la Asociación de la Amistad Colombo China, con el apoyo de la Embajada de China en Colombia y la Cámara Colombo China de Inversión y Comercio.
La Universidad de Antioquia, a través de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y del Grupo de Investigación en Estudios Internacionales, es una de las 18 universidades del país que se suman a estas jornadas, las cuales se realizarán del 29 de septiembre al 3 de octubre de 2014.
Para conocer la programación completa de las jornadas, por favor visite la página: https://drive.google.com/file/d/0B8z3h_VSvDzMN0JzcHRPcVpFbjg/edit?usp=sharing
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