Ponencia de Sebastián Maya en el Foro "Siglo XXI. El siglo de China"


Las guerras de la memoria: La Revolución Cultural y los acontecimientos de Tian'anmen, una historia en disputa

Johan Sebastián Maya


La memoria trasciende el recuerdo. Es una práctica social definida por las relaciones sociales de las que participan aquellos que la ejercen. Y aquellos que la ejercen lo hacen siempre como parte de esas relaciones, aunque su ejercicio de memoria esté marcado por recuerdos de vivencias íntimas. Estas vivencias, aunque muy subjetivas, siempre hacen parte de una realidad más abarcante que involucra no solo a más personas, sino toda una dinámica social de la que esas vivencias fueron una expresión parcial. Todo acontecimiento del que generamos un recuerdo se convierte en memoria cuando trasciende los confines de las vivencias personales y se hace práctica social al involucrar a otros en un ejercicio que se hace necesario e ineludible para la sociedad, es decir, cuando empezamos a recordar entre todos. Pero, ¿Quién decide que un recuerdo debe hacer parte de la memoria? ¿Quiénes deben participar de esta práctica para considerar un recuerdo como parte de la memoria? ¿Cuántos deben participar de ella para considerar que sin duda se trata de una práctica colectiva?
La memoria es una práctica social que, al igual que cualquier otra práctica social, está marcada por aquellos que la ejercen, y aquellos que la ejercen lo hacen como parte de una comunidad, grupo o colectivo en los  que se establecen ciertas relaciones que los definen entre ellos y con otros que pertenecen a otras comunidades, grupos y colectivos.
La memoria no es una práctica en la que todos los que participan lo hacen desde la misma posición, por ello no es preciso afirmar la existencia de una memoria única, aunque sea colectiva, y totalmente impermeable y estática. La memoria es múltiple, por lo que es preciso afirmar la existencia de memorias simultáneas, que se interconectan e influencian mutuamente y que debido a esas interacciones se transforman. La memoria es producto de la lucha, es una práctica siempre en disputa porque los que la ejercen lo hacen desde posiciones distintas, posiciones que, en algunos casos, se originan en contradicciones antagónicas que se expresan a través de diversos conflictos sociales.
Un acontecimiento como el desalojo de la plaza Tian’anmen el 4 de junio de 1989 por parte de las tropas del Ejército Popular de Liberación de los protestantes que allí acampaban desde semanas atrás y los acontecimientos posteriores, se convirtieron en más que el recuerdo de aquellos que participaron de aquellos eventos, ya fuera de un bando o del otro, de aquellos soldados que dispararon o de los integrantes del ejército y del partido que ordenaron disparar, o de los heridos y encarcelados y de los familiares de los asesinados.
Gran parte de la sociedad china no fue indiferente a lo que pasó allí ese 4 de junio. Según testigos extranjeros que visitaron China durante y e inmediatamente después de los acontecimientos mencionados, todos hablaban de lo sucedido y explicaban los motivos por los cuales los acontecimientos se presentaron de esa forma[1].
Otro indicador de memoria es el cubrimiento mediático que los acontecimientos generaron por parte de medios internacionales en aquel entonces y la opinión que revelaron los gobiernos occidentales sobre los mismos. Estos medios se han encargado de conmemorar cada año, desde 1990 hasta la fecha, el acontecimiento. Así como algunos gobiernos contradictores han utilizado el recuerdo de Tian’anmen para denunciar el carácter profundamente opresivo y represivo de la República Popular China.
Y no menos importante ha sido el papel del Partido Comunista de China en ese proceso de conmemoración de Tian’anmen. Desde lo sucedido, el PCCH no ha limitado esfuerzos para que el pueblo chino y el mundo entero olviden lo sucedido. Desde la prohibición expresa, bajo amenaza de prisión, de realizar actos públicos en conmemoración de lo acontecido hasta eliminar del discurso oficial cualquier referencia a la masacre, el PCCH ha practicado una labor sistemática de olvido que ha ocasionado un mayor interés en la investigación y el análisis de lo acontecido por parte de académicos y especialistas sobre China y un ejercicio de memoria más militante que se relaciona con demandas por reformas políticas de ciertos sectores de la sociedad china y de la comunidad internacional sobre todo fuera de China y en algunos reductos dentro de ella que no están bajo el control total del partido como Hong Kong.
Es por todos los actores involucrados en el recuerdo de Tian’anmen, dentro y fuera de China, y el particular proceso de creación y transformación desde 1949 hasta la fecha que la República Popular China se ha convertido no solo un referente obligado de desarrollo económico y una potencia del siglo XXI, sino un ejemplo único del devenir histórico que ha marcado la modernidad.
El acontecimiento que se ha nombrado como la masacre de la plaza de Tian’anmen, que a su vez abarca diversos acontecimientos, es disputado en el terreno de la memoria y de la historia por diversos actores sociales de China y del mundo. Uno de estos actores es el PCCH, quien ha declarado una guerra abierta contra el recuerdo de lo sucedido en aquella plaza antes y durante el 4 de junio de 1989. Una guerra contra el recuerdo que se adapta y a la vez es una consecuencia directa de la concepción estratégica del PCCH desde el golpe de Estado de octubre de 1976 que marcó el inicio del dominio de una línea política dentro del PCCH y de la RPCH que abandonó el socialismo y negó los avances más importantes en el camino de la emancipación del pueblo chino que se realizaron durante 27 años, especialmente durante el periodo comprendido entre 1966-1976, destacado por el inicio, desarrollo y finalización de lo que se conoce como la Revolución Cultural Proletaria.
Los esfuerzos del gobierno chino por suprimir, minimizar y tergiversar el recuerdo de Tian’anmen, son por completo consecuentes con los métodos aplicados para suprimir, minimizar y tergiversar el recuerdo de la Revolución Cultural. Aunque no debe establecerse una relación lineal entre este proceso y Tian’anmen, el PCCH aplicó esencialmente el mismo enfoque y dio, básicamente, las mismas respuestas a las dudas frente al accionar del partido y del ejército en ambos casos. Por estos motivos, comparar las reacciones del PCCH frente a ambos casos resulta esclarecedor para los eventos de Tian’anmen, y el rumbo que el partido y la sociedad china emprendieron desde octubre de 1976.
En este caso, para practicar un ejercicio de memoria, se hace indispensable aplicar un criterio histórico que permita ver más allá en el tiempo, donde podrían encontrarse no solo las causas de Tian’anmen sino el por qué del silenciamiento y la supresión del recuerdo, o en otras palabras, la oficialización del olvido. Este criterio no solo nos obliga a ver más allá en el tiempo sino que nos obliga a preguntar: si la memorias siempre están en disputa ¿Quiénes son los que se disputan la memoria de Tian’anmen? Si uno de estos contendientes es el PCCH ¿quién o quienes contienden con él para no olvidar? ¿Acaso la lucha por la memoria es parte de una lucha más amplia que la contiene y que aún no ha cesado?
A continuación se describirán algunos enfoques estratégicos que marcaron las acciones del PCCH durante la década del 80 y que sin duda definieron el curso de los acontecimientos de 1989 y que aún tienen poder explicativo para entender a la China de hoy y la posición que mantiene el partido sobre su propia historia.



La confrontación con la realidad: la amenaza izquierdista y la liberalización burguesa
La década de los 80 del siglo pasado fue una época de transición para el PCCH y la RPCH.
Finalizando la década del 70, la línea que se apoderó del PCCH inició un proceso de depuración dentro del mismo y de reforma económica que trastornaron por completo el orden social de China. Las cuatro modernizaciones[2] junto con las purgas a los militantes afectos a la Revolución Cultural[3] marcaron el inicio de la “Nueva China” que Deng y otros líderes del partido intentaron consolidar desde la década del 60. Esta nueva China no era (y es) otra en la que los negocios y la inversión extranjera tienen plenas garantías para obtener ganancias a costos económicos muy bajos, aunque ello signifique que los costos sociales sean extremos.
En un modelo de sociedad en que el poder lo ejerce un partido único y el Estado participa no solo de la planificación productiva sino que él mismo se convierte en el principal acumulador de plusvalía a través de el control de la gran mayoría y de los más importantes medios de producción, y en el que los funcionarios públicos que participan de diversos procesos de acumulación y circulación de capital consideran que sus cargos son posibilidades legítimas de enriquecimiento y goce de privilegios que son negados para casi todos aquellos que no hacen parte del Estado, es prácticamente inevitable que la especulación, el acaparamiento, el fraude y otras tantas formas de robo no sean inherentes al funcionamiento de tal modelo.
El mismo partido lo admitió cuando los cambios operados tras el golpe de Estado de octubre del 76 se hicieron evidentes:

Por otro lado, debemos tener conciencia clara de que con la aplicación de la política de puertas abiertas hacia países extranjeros y política económica flexible en el país, surgirán inevitablemente influencias malsanas y cosas decadentes. Lo más destacado aquí es el aumento de los casos de los delitos económicos, los cuales perturban el mercado y el comercio normal y al mismo tiempo perjudican el desarrollo del comercio exterior de China[4].

La apertura hacia el exterior que se inició tras el golpe y se oficializó en la tercera sesión plenaria del Comité Central del PCCH en 1978, no fue más que la bienvenida al capital extranjero y una invitación a los capitalistas foráneos a participar de un proceso de acumulación de capital que el partido necesitaba para que China ingresara en la órbita de un sistema global de explotación en el que los líderes del partido querían participar como socios mayoritarios al lado de la Unión Soviética y los Estados Unidos.
Ese proceso no fue más que una consecuencia predecible de lo que sucedió antes de tal apertura, incluso antes de la muerte de Mao, en el que los explotadores locales forcejeaban para obtener un mayor poder para despojar al pueblo de la riqueza y de los medios para producirla y abolir los logros de la revolución socialista. Esto se logró por completo en octubre del 76. Y aunque, después de esa fecha, los líderes del partido proclamaban el fin de las clases en China, tal como lo hicieron los soviéticos décadas atrás, no negaban que aún persistían algunos explotadores. Esto se debía a los remanentes de las clases explotadoras anteriores a 1949 y unos pocos explotadores que aún no se habían reformado; a la burguesía de Taiwan; y a la burguesía de otros países[5]. El reconocimiento explícito de la existencia de explotadores locales remanentes del viejo orden anterior a la fundación de la República Popular, no es sino el intento de negar la existencia de un nuevo tipo de burguesía que surgió después de la fundación de la RPCH y que hacía (y hace) parte del partido, a la cual Mao identificó como “los seguidores del camino capitalista” y contra la cual se proclamó la Revolución Cultural. Esta nueva burguesía promovió la inserción de China en un orden global de explotación bajo el eufemismo de la “modernización” del país, a la vez que culpaba a esa influencia externa como la causa de ciertos problemas sociales locales.
Esta dinámica en la que se insertó la RPCH generó contradicciones que se expresaron en todo el país y que el partido no entendió más que como producto del accionar de enemigos de la revolución que glorificaban el capitalismo. A esta tendencia, el partido la denominó como “liberalización burguesa”[6]. Sin embargo, aunque dicha tendencia pudiera haber existido, lo que realmente estaba sucediendo en aquellos años y que se manifestaría posteriormente en Tian’anmen, fueron las consecuencias inevitables de un proceso de acumulación capitalista que expolió a los trabajadores del campo y la ciudad, al tiempo que les negaba cada vez más el poder de decidir sobre el rumbo de la sociedad, y donde los intelectuales tenían que asumir una clara posición de adhesión al nuevo orden, ya que: “…el poder del intelectual chino es amplificado por el sistema político represivo donde no existen partidos de oposición, ni sindicatos independientes, ni desacuerdos públicos entre políticos, y donde los medios existen para apoyar la armonía social en vez de promover la responsabilidad política[7]”. Aunque este grupo se benefició parcialmente de algunas concesiones hechas por el gobierno: “En parte estas concesiones corresponden a las exigencias de desarrollo científico y técnico con el cual cuenta la línea revisionista, pero las mismas solo pueden ser limitadas, pues están en contradicción con el respeto a la autoridad y a la jerarquía invocadas por los partidarios de la línea revisionista[8]”.
Estas nuevas circunstancias fueron percibidas con mayor agudeza por el pueblo chino a través de dos fenómenos: “…la creciente inseguridad e insatisfacción de aquellos sectores de la sociedad que menos ventajas tenían del progreso económico -los obreros desempleados, los campesinos lejos de los centros urbanos y la mayoría de los estudiantes- y el incremento de la participación de los funcionarios en el proceso de desarrollo en forma de una rabiosa corrupción[9]”.
Los jóvenes fueron especialmente sensibles a los cambios operados y no es gratuito que fueran ellos los protagonistas de los acontecimientos de Tian’anmen. Tal como el mismo gobierno chino lo reconoció años antes: “Los casos de especulación y acaparamiento, desfalco y hurto, asesinato y otros crímenes han aumentado y una parte de los jóvenes buscan el goce personal y han perdido el ideal respecto a la vida[10]”.
Para principios de los 80, aún con el recuerdo latente de la Revolución Cultural, el partido explicaba estos cambios en gran medida por los “diez años caóticos” de dicha revolución. Y es por ello que el partido no solo explicó tales problemas como producto de la influencia extranjera, sino como la persistencia de “desviaciones de izquierda”, que no era otra cosa que el recuerdo y, tal vez, el influjo de la Revolución Cultural.
Si creemos a los analistas oficiales de aquella época, lo que los jóvenes experimentaban era sin duda un cambio de paradigma que los obligaba a enfrentarse a una realidad sin el recurso de un “pensamiento guía”, lo que no sucedió durante la China de Mao. Después del golpe, los jóvenes y el pueblo chino experimentaron en lo ideológico lo que sucedía en la realidad: el desarme, el despojo y la ausencia de una clara necesidad de luchar por transformar el mundo. Beijing Informa lo expresó en los siguientes términos:

 Comparados con los jóvenes de los años 50 y principios de los 60, los jóvenes de hoy tienen más experiencias sociales, son más sensibles a los problemas políticos y sociales y su mente es más complicada. Debido a sus deficiencias y limitaciones, no saben enfocar ni analizar de manera completa y dialéctica las diversas contradicciones sociales y algunas de sus concepciones resultan confusas[11]

Beijing Informa continúa su análisis aceptando que: “Una minoría de ellos (de los jóvenes) han puesto la actual sociedad en duda y han perdido una noble meta de vida. Esto se debe al daño de las falacias del falso marxismo difundidas durante el decenio caótico[12]”.
Y no tarda en aceptar que dicha situación ha hecho que: “… un número muy reducido de jóvenes que han degenerado en delincuentes[13]”.
Aunque se reconocieran públicamente tales problemáticas, generalmente se minimizaban sus efectos y siempre se desconocían sus causas al culpar a la Revolución Cultural.
El partido no aceptó, por lo menos no oficialmente, que tales trastornos obedecían, principalmente, a un proceso de transformación que obedecía a las leyes del mercado y a las necesidades que derivaban de la adhesión de China a un sistema global de explotación y que se originó en la apropiación del partido por parte de una nueva burguesía de Estado que derrocó al socialismo de los tiempos de Mao.
Esta nueva situación exigió que el partido empleara y combinara métodos represivos con algunas formas de disuasión que convencieran al pueblo de la necesidad y la inevitabilidad del nuevo orden, así como de su justicia. Estas respuestas siempre procedieron de arriba y nunca buscaron la participación activa del pueblo más que como espectadores o recipientes de las consignas del partido: “La actual campaña (contra los delitos económicos) no tomará la forma de movimiento de masas como sucedió anteriormente[14]”.
Por ello, cuando las contradicciones, producto de la nueva situación, estallaron en 1989, el partido y sus dirigentes, en especial Deng, no dudaron en lanzar

Un ataque áspero contra los manifestantes, en un discurso de lectura  obligatoria para sesiones de estudio y discusiones políticas en todo el país y que representaba claramente la interpretación oficial  de los eventos: resumiendo los largos años de revolución  que China había sufrido, enfatizaba la dificultad de relacionar estas experiencias  con las turbulencias del presente. El movimiento suprimido por el gobierno decía Deng, era nada menos  que una “rebelión contrarrevolucionaria”, y ni siquiera una rebelión de conciencia nueva, sino “determinada por el ambiente político internacional y doméstico,…[15]

Los acontecimientos de Tian’anmen no fueron sino la respuesta a la nueva dirección del PCCH y la RPCH, y la respuesta de éste no fue distinta a la que dio a la Revolución Cultural: la supresión y la evasión.
La ausencia o sustitución de la lucha de clases
Una de las principales características del enfoque estratégico del PCCH a partir del golpe de 1976 es su glorificación del pasado anterior a la Revolución Cultural y, obviamente, la supresión y la tergiversación del recuerdo de esta. Este culto a un pasado “glorioso” ubicado en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado, no es sino un intento de demarcar el fin de la lucha de clases con la derrota de los japoneses y del Kuomintang, y destacar el periodo de la “construcción socialista” de los 50 como el modelo a seguir por la RPCH, que fue, supuestamente, abruptamente finalizado por la Revolución Cultural.
Este periodo es celebrado por los seguidores de la línea pos Mao debido a que en ese entonces aún no se había logrado identificar el fenómeno de la restauración capitalista en las sociedades socialistas de la época y, por ende, aún no se habían identificado los “seguidores del camino capitalista” en China y se había iniciado la lucha contra ellos. Es decir, ese periodo es recordado por los dirigentes del partido de finales de los 70 y de los 80 como una época sin trastornos, en la que el país enteró se dedicó a construir a la “Nueva China”, en la que el énfasis se dio a la producción y no a la “política”, lo que se podría expresar en otras palabras como el fin de la lucha por el poder: “En aquel entonces (primera mitad de la década de los 60), la gente estaba rebosante  de energía y vitalidad, sus relaciones eran amigables y armoniosas, y la atmósfera social era excelente, lo cual impulsó grandemente la construcción socialista y ganó el elogio de nuestros amigos extranjeros[16]”.
Para el partido posterior a Mao, la lucha por el poder había finalizado con la derrota del Kuomintang y era un problema por completo resuelto y lo que quedaba por hacer era convertir a China en una nación “poderosa”, lo que significaba de facto cesar la lucha de clases y concentrarse en la lucha por la producción, contrario a lo que se había hecho durante la Revolución Cultural.
Tras el golpe, el partido asumió una posición ambigua frente a la aceptación de la lucha de clases. Primero, inmediatamente después de octubre de 1976, negó la necesidad de la lucha de clases y de continuar la revolución durante el socialismo y presentó la lucha por la producción como la principal forma de lucha en ese periodo y totalmente ajena a las dos anteriores: “La revolución es la lucha de una clase contra otra y tiende a cambiar las relaciones sociales de los hombres; la producción es la lucha del hombre  contra la naturaleza. Las leyes que gobiernan la producción son diferentes a las leyes que gobiernan la lucha de clases[17]”.
Tiempo después, al oficializarse la economía mixta y la apertura a la inversión extranjera, el partido identificó el proceso de “modernización” con la revolución aunque diferenciándola de la lucha de clases: “La modernización socialista que actualmente estamos realizando constituye en sí misma una ardua revolución. Esta revolución  es diferente de aquella anterior a la fundación de la nueva China. Será cumplida no mediante la encarnizada lucha de clases, sino a través de la dirección del partido comunista y de manera planeada dentro del sistema socialista[18]”.
Poco después retomó la “lucha de clases” para designar la lucha contra los delitos económicos que se dispararon después de la apertura económica y la abolición de la propiedad y la administración colectiva:

No se repetirá el pasado error de ampliar el radio de la lucha de clases. Después de la eliminación de las clases explotadoras, las contradicciones de clase han dejado de ser las principales en nuestra sociedad. Hemos desechado consignas erróneas como ‘tomar la lucha de clases como la palanca principal’ pero nos oponemos también a la teoría acerca de la ‘extinción de la lucha de clases’[19]

Consecuentes con la privatización de los medios de producción que se inició en octubre del 76, el partido “privatizó” aún más la dirección de la sociedad y alejó al pueblo del poder, conscientes de que en realidad no gobernaban para la mayoría: “Al mismo tiempo (hablando de la campaña contra los delitos económicos y comparándola con la campaña contra los Tres Males de los años 50), el método de lucha masiva ya no se usa porque la experiencia nos ha enseñado que un movimiento masivo a menudo conduce a ampliar el radio de ataque y a trastornar el orden normal[20]”.
El orden “normal” no podía ser trastornado, aunque inherentemente ese orden generaba trastornos que el partido admitía, aunque nunca admitió el verdadero origen de los mismos. El partido se limitó a encubrir las brechas que crecían entre el pueblo y una nueva clase de explotadores que se identificaban como legítimos comunistas que gobernaban para “el pueblo y el socialismo”, aunque en la práctica negaban la posibilidad al pueblo de gobernar y de ser los propietarios de su propio trabajo, lo que en efecto significaba que negaban la continuación de una lucha que hasta el momento había sido ganada por aquellos que la revestían con el eufemismo de “modernización”. Y porque sabían que una lucha de clases real continuaba y para que el pueblo no participara de ella, admitían la necesidad de aceptar la lucha, aunque fuera una lucha en la que no había más contendientes que el despilfarro, la corrupción y el burocratismo que generaba un sistema en el que la explotación había encontrado de nuevo un lugar y en el que una clase gobernaba sobre otra para mantener y extender tal explotación.
Para el partido: “La política es correcta sólo cuando está subordinada al pueblo y al socialismo. La política debe servir a las necesidades materiales y espirituales del pueblo. El socialismo representa los intereses fundamentales del pueblo, servir al socialismo significa servir al pueblo[21]”. Según el PCCH, el socialismo representa los intereses fundamentales del pueblo, ellos representan el socialismo, y servir al socialismo es servir al pueblo, lo que significa que para servir al pueblo hay que servir al partido.
Cuando el pueblo se tomó Tian’anmen, el pueblo se atacó así mismo al atacar al partido, pero el partido no atacó al pueblo, sino a un grupo de “contrarrevolucionarios”, porque el “orden normal” solo puede ser trastornado por los “enemigos de la revolución”.
Negar la lucha de clases o confundirla con campañas contra delitos económicos no es sino una consecuencia predecible de una organización que es muy consciente de que una verdadera  lucha de clases se hace más necesaria y evidente en un pueblo que conoció el socialismo y experimentó los logros más emancipadores de la revolución proletaria.
Conclusiones
En gran medida es posible comprender los acontecimientos de Tian’anmen no solo por sus antecedentes más inmediatos como la apertura económica y las cuatro “modernizaciones”, sino por las respuestas que dio el partido a las reacciones de distintos sectores del pueblo chino a tales cambios. Estas respuestas pueden ser abarcadas por una misma concepción estratégica que se fundamentó en un método para entender la realidad y lidiar con ella de acuerdo con los cambios que el partido necesitaba operar, a la vez que la necesidad de tales cambios encontraban su causa en la posición que los dirigentes del partido asumieron en una sociedad aún dividida en clases y en las que perduraban y se fortalecían las bases de un sistema producción de mercancías. Este método fue aplicado no solo para explicar los cambios luego del golpe del 76, sino para explicar las causas de Tian’anmen.
Es por ello que al igual que sucedió en los primeros años posteriores al golpe, el partido, a través de sus voceros oficiales así como toda su maquinaria de propaganda, redujo de manera simplista todo un abanico de contradicciones a causas externas, razones aparentes y efectos aislados. Al mismo tiempo, confundió el carácter de las contradicciones que se presentaron en aquel periodo y negó muchas de ellas al identificar a los manifestantes con “contrarrevolucionarios”, repitiendo un error atribuido a la Revolución Cultural. Aunque esta vez no se utilizó el concepto de “seguidores del camino capitalista” para designar a los miembros del partido que criticaban algún aspecto de la “modernización”, sin duda alguna se les trató como enemigos, tal es el caso de Hu Yaobang y Zhao Ziyang, solo para mencionar los casos emblemáticos.
El PCCH aplicó una dialéctica metafísica y en algunas casos ninguna dialéctica, para explicar al pueblo y convencerse a sí mismos de la necesidad histórica del “socialismo con características chinas”. Por ello, en algunos casos aceptaba los cambios operados aunque nunca las contradicciones de las que se derivaban: “Es verdad que en apariencia hay muchos cambios y que algunos son muy grandes. Pero, mediante un minucioso análisis, uno puede notar que algunos puntos básicos, es decir, la dirección del partido y el camino socialista han permanecido sin cambio alguno a lo largo de los años[22]”.
“De ello se desprende que hay cambios en China, pero estos pueden ser previstos y comprensibles, y se puede encontrar ciertas leyes que los rigen[23]”.
Sin embargo, a pesar de la confianza en estas palabras, la realidad demostró que si no se tiene un método científico, realmente dialéctico y materialista, sino no se conocen o se niegan estas leyes, por más que se intente ocultar la lucha y los trastornos que origina, no será posible lidiar con esos trastornos sin generar más, aunque logren ocultarse y atenuarse, parcial y temporalmente, las contradicciones que los ocasionan.
Tian’anmen demostró que es imposible que el pueblo espere inmóvil mientras la historia demanda su acción, tal como sucedió durante la Revolución Cultural; que el “orden normal” no es sino una defensa de la opresión; y que los trastornos no solo son necesarios sino inevitables en un mundo que no deja de cambiar y que no dejará de hacerlo y que el problema del poder, de quién lo posee y para qué, aún no está resuelto en China, o en otras palabras, que la lucha no ha cesado y por el momento se manifiesta, principalmente, en el recuerdo.




[1] Enrique Posada Cano. Testigo de China. Historias de un colombiano que vio crecer el gigante asiático. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2014, p. 125-137.
[2] La reforma a la agricultura, a la industria, a la educación y al ejército. Benjamín Crutzfeldt. “Tian’anmen 20 años después: la evolución del análisis académico y debate político en China”.
[3] Charles Bettelheim. China después de la muerte de Mao Tse-tung. México: Siglo XXI Editores S.A., 1979, p. 121.
[4] Beijing Informa. China después de Mao. Beijing: Beijing Informa, 1984, p. 39.
[5] China después de Mao, p. 34.
[6] “Oposición a las desviaciones de derecha y de ‘izquierda’”, China después de Mao, p. 18.
[7] Benjamín, Tian’anmen 20 años después, p. 13.
[8] Charles Bettelheim. China después de la muerte de Mao Tse-tung, p. 120.
[9] Benjamín, Tian’anmen 20 años después, p. 2.
[10] China después de Mao, p. 14.
[11] China después de Mao, p. 100.
[12] China después de Mao, p. 101.
[13] China después de Mao, p. 101.
[14] China después de Mao, p. 35.
[15] Benjamín, Tian’anmen 20 años después, p. 8.
[16] China después de Mao, p. 14.
[17] Charles Bettelheim. China después de la muerte de Mao Tse-tung, p. 52.
[18] China después de Mao, p. 17.
[19] China después de Mao, p. 34.
[20] China después de Mao, p. 36.
[21] China después de Mao, p. 110.
[22] China después de Mao, p. 20.
[23] China después de Mao, p. 21.


El Grupo de Investigación en Estudios Internacionales, en la línea "Asia-Pacífico y China", los invita a participar en el Foro "Siglo XXI. El siglo de China", que se realizará el próximo martes 30 de septiembre, desde las 12:00 m. hasta las 6:00 p.m. en el auditorio Horacio Montoya Gil (10-222) de la Universidad de Antioquia.  

Este foro se enmarca en la XIV Semana Interuniversitaria sobre China, en la que se conmemora el aniversario de la fundación de la República Popular China. Estas Jornadas son organizadas por la Asociación de la Amistad Colombo China, con el apoyo de la Embajada de China en Colombia y la Cámara Colombo China de Inversión y Comercio.  

La Universidad de Antioquia, a través de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y del Grupo de Investigación en Estudios Internacionales, es una de las 18 universidades del país que se suman a estas jornadas, las cuales se realizarán del 29 de septiembre al 3 de octubre de 2014. 

Para conocer la programación completa de las jornadas, por favor visite la página: https://drive.google.com/file/d/0B8z3h_VSvDzMN0JzcHRPcVpFbjg/edit?usp=sharing







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